LOS CONVITES EN OAXACA

La música es lo primero en escucharse pues adelante va una banda de viento con su repertorio de Sones y Chilenas, ya sean de la Sierra, del Istmo o de la Costa, sin faltar, desde luego, los Jarabes del Valle.

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Sólo un poco atrás le llevan el ritmo las marmotas o mojigangas, enormes muñecos de carrizo y cartón vestidos según la costumbre. Enseguida sobresalen las mujeres de trenzas y atuendos multicolores, blusas bordadas, huipiles tejidos y enaguas con listones y encajes; a su lado van los hombres, de huaraches, pantalón y camisa de manta o satín.

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En los pueblos de Oaxaca, principalmente de los Valles Centrales, la calenda o convite es una tradición que ya suma varios siglos, atribuida a los inicios del periodo colonial, cuando los españoles la introdujeron como preámbulo o anuncio de alguna celebración religiosa. Se trataba de un baile carnavalesco que a modo de comparsa llamaba a los vecinos, quienes alegres recorrían las callejuelas invitando a otros a su paso. Ésta terminaba por lo común en el atrio de la iglesia o en casa del mayordomo.

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¡La calenda!, exclama ahora la gente y sale presurosa a la calle o se asoma desde los balcones. Pronto, el bullicio y el contento seducen a quienes sólo querían mirar pero acaban uniéndose al cortejo que crece conforme la banda toca y toca.

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Los convidados, sean oaxaqueños o visitantes, cantan, chiflan, bailan, zapatean y, para sentirse aún más animosos, se “echan” un fuerte de curado o de mezcal y se “echan” otro.

La ciudad de Oaxaca, como capital del estado del mismo nombre y guardiana que es de la historia oaxaqueña, se ha convertido también en la ciudad de las calendas y los convites, que pueden disfrutarse por las tardes cuando el sol comienza a ponerse. A la usanza de aquellos tiempos de la “Verde Antequera”, como se le nombró durante la Colonia, las calendas salen de algún barrio o paraje y llegan al centro, a ceñir la alameda, y terminan frente a la iglesia de la Soledad, la Catedral o el templo de Santo Domingo.

Así, en Oaxaca, la calenda, mejor aún, el convite, anticipa y significa fiesta y herencia. Se convierte en una manera de compartir aquello que se tiene por orgullo oaxaqueño: su música, sus bailes, su talento artesanal, sus costumbres y su diversidad. ¡Ah!, y por supuesto, su mezcal.

 

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